Por: Alejandra López Martínez

El 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, una fecha en la que, desde hace años, miles de mujeres se unen para alzar la voz contra las injusticias que aún las atraviesan.
En 2025, México tiene por primera vez una presidenta y, hasta la fecha, 23 mujeres han sido o son gobernadoras en sus estados. Desde 2018 contamos con un Congreso paritario y se han impulsado leyes para el avance político, social y económico de las mujeres. Sin embargo, aunque en el papel existe igualdad de derechos entre mujeres y hombres, la realidad sigue siendo distinta.
Las violencias política, económica, patrimonial y, por supuesto, física, continúan marcando la vida de millones. La brecha salarial sigue existiendo: por cada peso que gana un hombre, una mujer percibe en promedio 70 centavos por el mismo trabajo, y la disparidad es aún mayor en puestos directivos o gerenciales. A esto se suman los roles de género que siguen imponiendo a las mujeres la carga del trabajo doméstico y de cuidados, relegándolas en el ámbito laboral. A diferencia de los hombres, con cada hijo que maternan, pierden competitividad porque ni el Estado ni las empresas han implementado políticas efectivas de conciliación entre la crianza y el trabajo. Parecería que es preferible desperdiciar el talento del 52% de la población antes que abrir paso a una sociedad más equitativa.
Además, la desigualdad no afecta a todas las mujeres por igual. Las interseccionalidades profundizan las brechas: no es lo mismo ser una mujer racializada, afromexicana, indígena, de bajos recursos o de la comunidad LGBTIQ+. Las oportunidades de formar un patrimonio propio, acceder a una vivienda segura o desarrollarse profesionalmente siguen siendo un privilegio para unas pocas. Muchas mujeres siguen atrapadas en relaciones violentas porque no tienen a dónde ir, y tras una separación, suelen ser las únicas responsables del sustento de sus hijas e hijos ante la impunidad de los deudores alimentarios.
Estos lastres son la herencia de un patriarcado que se resiste a desaparecer y que, lejos de ceder, encuentra nuevos espacios para fortalecerse. En internet, la llamada “manósfera” reúne a grupos que buscan “recuperar” el dominio de ciertos grupos de hombres (blancos, heterosexuales y cisgénero) promoviendo discursos de odio contra las mujeres y las minorías como los que vimos con Donald Trump. En pleno 2025, no anhelan más que el regreso de un modelo que los beneficiaba a costa de la dignidad y los derechos de los demás.
Este 8 de marzo sigue habiendo motivos para luchar: por las desaparecidas, por las asesinadas, por la desigualdad económica, política y social que persiste. Este 8M es un recordatorio de que la lucha no ha terminado y que el camino hacia la justicia e igualdad aún está por construirse.