
Los recientes ataques con drones lanzados por Ucrania contra bases aéreas en territorio ruso han expuesto una inesperada vulnerabilidad en la maquinaria militar del Kremlin. En una acción sin precedentes, Kyiv afirma haber destruido 41 bombarderos de largo alcance, lo que representaría una pérdida del 34 % de los portamisiles estratégicos rusos.
La magnitud del daño aún está por verificarse, pero algunos expertos estiman que Rusia contaba con aproximadamente 20 Tu-95 y 60 Tu-22M3 operativos. De ser cierto el impacto reportado, se trataría de un giro relevante en el equilibrio de poder aéreo en la región.
Estos ataques marcan un punto de inflexión en la guerra, donde la eficiencia tecnológica y la audacia táctica de Ucrania desafían la superioridad numérica y logística de Moscú. Desde 2022, Ucrania ha recurrido a operaciones quirúrgicas que han debilitado la narrativa rusa de control: desde la destrucción del puente de Kerch hasta incursiones en Kursk.
Más allá del daño físico, estos ataques han golpeado la percepción de seguridad dentro del territorio ruso. Incluso aeródromos situados en Siberia han sido vulnerados, lo que demuestra que la profundidad geográfica ya no es garantía de protección.
En paralelo, Ucrania continúa perfeccionando su defensa: esta semana, repelió con éxito un ataque masivo de 472 drones rusos, derribando o bloqueando electrónicamente 382, una cifra sin precedentes.
Este nuevo capítulo resalta una lección clave de este conflicto: el poder no reside únicamente en la cantidad de armamento, sino en la estrategia, la inteligencia y la capacidad de adaptación. Ucrania no ha vencido a Rusia, pero ha demostrado que sabe cómo golpear donde más duele.