Nos encontramos en una era digital llena de conexiones virtuales, pero paradójicamente, las relaciones emocionales entre padres e hijos parecen haber alcanzado su punto más bajo. Las pantallas y las redes sociales han cambiado la manera en que nos relacionamos, afectando el vínculo familiar y escolar, ambos pilares fundamentales en la educación y crianza de los niños. La escuela ya no es el único lugar de aprendizaje, pero es el espacio donde se evidencian las brechas de un modelo educativo y familiar que no satisface las necesidades actuales.
El principal desafío hoy en día es recuperar la comunicación genuina entre padres e hijos. Con el aumento de la hiperconexión, las cenas en silencio y el tiempo compartido a través de pantallas se han vuelto comunes, lo que ha generado desconexión emocional. Los padres, atrapados entre sus responsabilidades laborales y el ocio digital, intentan compensar su ausencia con dispositivos, sin darse cuenta del daño que esto causa al vínculo real. Es fundamental que los adultos retomen su rol de guía y se enfoquen en la calidad del tiempo compartido, estableciendo un diálogo sincero con sus hijos.
La crianza se ha desplazado a terceros, delegando responsabilidades educativas a la escuela y a plataformas digitales. Esto ha dejado a los niños con carencias en habilidades emocionales y sociales. En consecuencia, los docentes enfrentan un reto adicional: enseñar contenidos y lidiar con la falta de autonomía y regulación emocional de muchos estudiantes. No se trata de que la escuela asuma funciones que no le corresponden, sino de que las familias retomen su papel de acompañar el aprendizaje y educar en valores, estableciendo acuerdos claros con los docentes.

El desafío también radica en recuperar la educación en valores, que se ha visto desplazada por la inmediatez y el consumo. Los niños y adolescentes de hoy tienen dificultades para tolerar la frustración y manejar el estrés, lo que les impide desarrollar habilidades de diálogo y empatía. Es necesario que los adultos, tanto en casa como en la escuela, se conviertan en modelos coherentes, no a través de la imposición de reglas, sino mediante el ejemplo y el establecimiento de límites como una forma de cuidado y amor.
La tecnología no es el enemigo en este contexto, sino su uso inadecuado. Es posible aprovechar las herramientas digitales sin que estas interfieran en la relación familiar. Establecer tiempos sin pantallas, crear espacios para el diálogo y enseñar a los niños a consumir contenido de manera crítica son pasos clave para reconstruir el vínculo entre padres e hijos. Del mismo modo, la escuela debe saber integrar la tecnología en su proceso educativo sin perder de vista que la verdadera enseñanza es un acto humano, basado en la empatía y el contacto directo.
El pacto entre escuela y familia debe evolucionar para dejar atrás la queja mutua y la delegación de responsabilidades. Solo mediante el diálogo y la colaboración podremos formar personas capaces de construir relaciones saludables y afrontar los desafíos de un mundo digitalizado. La crisis educativa actual no es irreversible, pero requiere que los adultos retomen su rol de guías y modelos, en lugar de delegar la educación a algoritmos o plataformas digitales. Es momento de desconectarnos del ruido digital y reconectar con lo esencial: las miradas, las conversaciones y la presencia.