Sendero Blanco

Un hombre quiere viajar cien millas hacia el oeste, cuando ya lleva recorrido medio camino, ve dos  ríos frente a él. El primero es un río de fuego, que se halla hacia el sur. El segundo es un río de agua, y se encuentra hacia el norte. Ambos tienen cien zancadas de ancho, su profundidad no se puede determinar, y en cuanto a su longitud, los dos corren infinitamente hacia el norte y hacia el sur.

Hay un sendero blanco entre los dos ríos de fuego y agua. Apenas tiene diez o doce cm. De ancho. Se extiende de la orilla este a la orilla oeste, y tiene también cien zancadas  de largo. Las llamas del río de fuego chamuscan el sendero. El fuego y el agua se mezclan constantemente y de manera infinita.

Esta persona se ha aventurado ya hasta un amplio claro solitario. Allí no hay nadie. En la distancia se vislumbran bandidos y animales viciosos. Al ver a esa persona sola, se interfieren unos a otros por sus prisas por matarla. De repente, se encuentra frente a los dos grandes ríos. Con gran alarma piensa para sus adentros: estos ríos no tienen límite ni al norte ni al sur. 

El sendero blanco es extremadamente estrecho, se dice a sí mismo el hombre. Aunque las dos orillas están cercanas, ¿cómo puedo cruzar? Es indudable que hoy mismo me espera la muerte. 

Si doy la vuelta, tendré sobre mí a los bandidos y las bestias. Si trato de escapar hacia el norte, o hacia el sur, es casi seguro que me alcanzarán animales viciosos y apestosos insectos. Si intento cruzar el sendero hacia el oeste, probablemente me caeré en el río de agua o en el de fuego. 

Entonces le inundaron un terror y un miedo inexplicables. Pensó nuevamente para sus adentros: Si doy la vuelta, con toda seguridad moriré. Si me quedo, con toda seguridad moriré. Si sigo adelante (por el sendero blanco) moriré. Si no hay alternativa  que me permita escapar a la muerte, prefiero probar suerte con el sendero blanco y continuar adelante. Tengo este sendero frente a mí, y he de cruzarlo sin resbalar. Justo cuando acababa de tomar esta determinación, oyó una voz en la orilla oriental que decía, apremiante: Todo lo que tienes que hacer es decidirte a cruzar por este sendero. No hay peligro de muerte. Si te quedas aquí, es seguro que morirás. 

Entonces le llama alguien desde la orilla occidental, diciéndole: Eh, tu, ven ya, con una sola mente y con el pensamiento adecuado. Te protegeré bien. No temas caer a los peligros del fuego y el agua.

Al oír la persuasiva voz y la imploradora llamada procedentes de más allá, las incorpora en su cuerpo y su alma. Comienza a cruzar el sendero sin miedo, sin dudar, sin intención de volver atrás. Cuando ya ha avanzado dos pasos, los bandidos le llaman desde la orilla oriental, diciendo: Eh vuelve. El sendero es tan peligroso que no conseguirás cruzarlo. Ciertamente morirás. Nosotros no queremos hacerte daño. 

Aunque la persona oye voces que le llaman, no vuelve la cabeza. Con una única mente, avanza con rapidez a lo largo del sendero. Está absorto en ir colocando los pies. En poco tiempo alcanza la orilla occidental. Todos los terrores han quedado atrás para siempre, y se encuentra con el buen amigo. Se alegra enorme e incesantemente.

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