Por: Alejandra López Martínez

El narcisismo en la política es común. Como consultora, suelo señalar a quienes asesoro que a nadie le agrada una persona que busca el poder solo por el poder. Siempre tratamos de encontrar nuestro «círculo dorado», nuestro «¿por qué?» y nos enfocamos en la búsqueda del bien común. Sin embargo, la realidad es que existe un ego considerable detrás del deseo de poder y de ver su rostro en espectaculares y pendones que cubren la ciudad durante los meses de campaña.
El poder atrae a los narcisistas. Hablo en masculino porque, en su mayoría, son hombres quienes encajan en esta descripción. Donald Trump, Vladimir Putin o Javier Milei: hombres blancos, con egos notables y posturas de derecha que conectan con el descontento de ciertos sectores de hombres jóvenes frustrados con el sistema.
Muchos de ellos, identificados como “incels”, consideran que las mujeres actuales ya no cumplen los roles tradicionales. Mientras muchas mujeres jóvenes defienden con firmeza sus derechos y establecen límites, ellos reaccionan con molestia ante quienes no desean ser madres, ni cumplir con el modelo de esposa tradicional (tradwife). En este contexto, figuras como RoRo Bueno, la influencer española, son vistas como ejemplos del ideal femenino para estos hombres.
En internet, la “manosfera” está llena de discursos sobre lo que significa ser un “hombre de valor” y sobre las supuestas “energías masculina y femenina”, reforzando estereotipos de género. Se difunde la narrativa de que las mujeres son responsables del “deterioro de la familia” y de la pérdida de “valores tradicionales”. Influencers como El Temach han impulsado estos discursos y cuentan con millones de seguidores. La llamada “epidemia de soledad masculina” se ha convertido en un tema frecuente, donde la culpa, según esta visión, recae en las mujeres.
Una característica constante en esta narrativa es evitar la responsabilidad individual y culpabilizar a otros. En este marco de ego y victimismo también encaja lo sucedido recientemente con Gerardo Fernández Noroña. El presidente de la Cámara de Diputados, en una actitud autoritaria, exigió a un ciudadano que le ofreciera una disculpa pública tras haberlo increpado meses antes en un aeropuerto. Haciendo uso de su posición de poder, solicitó un “resarcimiento del daño”, exponiendo públicamente al ciudadano, quien tenía derecho a expresar su inconformidad, aun si sus formas no fueron las más adecuadas.
Un servidor público está sujeto al escrutinio y al reclamo. Esa es la naturaleza de su cargo, al representar al pueblo tiene que escucharlo, y el pueblo no está obligado a guardar las forrmas para no incomodar. Noroña dejó de lado los principios democráticos que defiende su movimiento para calmar su ego, buscando nuevamente figurar en la contienda política y proyectar su imagen en los espacios públicos. Allí permanece, en su propia “manosfera”, esperando que otros paguen el costo de una masculinidad que no admite cuestionamientos.