Durante años se ha hablado de las barreras que enfrentan las mujeres para alcanzar posiciones de liderazgo. Una de las más conocidas es el techo de cristal, que describe cómo, a pesar de que muchas mujeres cuentan con formación, experiencia y competencias para ocupar cargos directivos, siguen sin acceder a ellos. Las razones no están en los currículos, sino en prácticas y sesgos no escritos: sesgo de afinidad entre hombres que favorece su promoción, ideas preconcebidas sobre la maternidad como impedimento, o estereotipos que asocian a las mujeres con la inestabilidad emocional. Todo esto configura un entorno que les impide avanzar.
Un ejemplo ilustrativo del techo de cristal son las campañas presidenciales de Hillary Clinton o la trayectoria de Kamala Harris, mujeres con credenciales políticas y académicas sólidas que, sin embargo, enfrentaron obstáculos adicionales para alcanzar la presidencia de Estados Unidos.
Otro concepto relevante es el de la escalera rota. Aquí no se trata solo del nivel más alto, sino de cómo la cultura organizacional va dificultando el ascenso desde los primeros peldaños. Las mujeres tienen menos oportunidades para hacer networking, cuentan con menos referentes en puestos de liderazgo, y cada maternidad puede implicar una penalización profesional de hasta tres años. A esto se suma la sobrecarga del trabajo doméstico y de cuidados, que sigue recayendo de forma desproporcionada en ellas. El resultado es que muchas se quedan en la “gerencia media”, mientras sus colegas varones continúan avanzando, incluso cuando también tienen familia.
También existe el fenómeno del piso pegajoso. Este se refiere a las condiciones que mantienen a muchas mujeres en empleos mal remunerados, con jornadas parciales o sin posibilidad de desarrollo. Aquí, las tareas de cuidado —de infancias y personas mayores— se convierten en un freno estructural. Muchas madres autónomas, por ejemplo, enfrentan violencia económica y la imposibilidad de acceder a trabajos mejor pagados por la falta de redes de apoyo o políticas públicas que les faciliten la conciliación. Por eso urge se apruebe un sistema de cuidados en México.
Por último, está el precipicio de cristal. Este concepto se refiere a la tendencia de designar a mujeres en puestos de liderazgo en contextos críticos o de crisis, cuando las probabilidades de fracaso son altas. Si el proyecto no sale bien, la culpa recae exclusivamente en ellas. Un ejemplo ficticio pero revelador es el de Beatriz Pinzón Solano (de la novela colombiana “Yo soy Betty la fea”), nombrada directora de Ecomoda cuando la empresa estaba en quiebra. En el ámbito real, tenemos casos como el de Claudia Sheinbaum enfrentando un país con enormes problemas de seguridad, Dilma Rousseff asumiendo tras escándalos de corrupción heredados por su mentor Lula da Silva, o Theresa May liderando tras la renuncia de James Cameron por el Brexit.
Más allá de los logros individuales, las mujeres pareciera que debemos constantemente probar nuestra valía. La pregunta nunca es si están preparadas, sino por qué deben demostrar más que sus pares para aspirar a lo mismo. ¿Por qué las varas con que nos miden son más altas si el piso no está parejo?