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Alejandra López Martínez
Ha pasado un mes desde que Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos, y desde entonces, el mundo entero ha tenido encontronazos con su administración. Su llegada estuvo marcada por 41 órdenes ejecutivas, entre ellas la designación de los cárteles del narcotráfico en México como organizaciones terroristas y un decreto antiinmigrante que busca deportar a todos los migrantes indocumentados en su territorio.
A esto se sumaron sus medidas arancelarias contra México y Canadá. Aunque la presidenta Claudia Sheinbaum y el primer ministro Justin Trudeau lograron negociar una prórroga de un mes, poco después Trump lanzó nuevas amenazas en materia de acero y automóviles, poniendo en jaque la economía mexicana y las expectativas de crecimiento impulsadas por el nearshoring.
Pero la embestida no se ha limitado al ámbito económico. También ha golpeado a las minorías. USAID, el fondo gubernamental estadounidense utilizado como una herramienta de soft power para influir en los países en desarrollo, ha quedado sin recursos. Aunque este y otros fondos, fundaciones y think tanks han sido históricamente instrumentos del “Destino Manifiesto” de Estados Unidos, también representaban una fuente vital de apoyo para pequeñas organizaciones civiles en México, Centroamérica y Sudamérica, dedicadas a la transparencia, la rendición de cuentas y el buen gobierno.
Además, su administración eliminó todos los programas de diversidad e inclusión, así como las iniciativas para promover la igualdad de género en las empresas estadounidenses. Esto profundizará aún más la brecha entre hombres y mujeres, que la ONU estimaba en al menos 130 años para cerrarse.
La “ola Trump” está generando un retroceso en derechos fundamentales que no solo afectará a su país, sino al mundo entero. Enfrentamos tiempos difíciles, pero nuestra resistencia determinará si esta embestida se convierte en un tsunami que nos arrastre o simplemente en una ola que nos sacuda momentáneamente. Al final, la marea feminista siempre será más fuerte.