Bañarse con los hijos pequeños es una práctica que varía considerablemente dependiendo de la cultura y las creencias familiares. En algunos contextos, se considera una forma natural de fomentar el vínculo afectivo y enseñar hábitos de higiene, mientras que en otros, puede ser visto como inapropiado debido a la importancia de la privacidad y el pudor.
Según Luis Guillén Plaza, psicólogo especializado en sexología, los límites en la intimidad y el contacto físico dependen de normas sociales y culturales. En algunos países nórdicos, por ejemplo, el cuerpo se ve con naturalidad, mientras que en culturas con influencias cristianas o islámicas, la desnudez es más restringida. Guillén señala que no existe una edad universal para dejar de bañarse con los hijos, pero sugiere que, a partir de los 3 años, es importante fomentar la autonomía del niño, y a los 5 o 6 años, se debería evitar esta rutina.
Laura Cerdán, psicóloga clínica, considera que bañarse con los hijos pequeños puede ser beneficioso para fortalecer el vínculo afectivo, enseñar hábitos de higiene y crear un ambiente de confianza. Sin embargo, enfatiza que esta práctica debe ser esporádica, ya que, con el tiempo, puede generar confusión sobre la privacidad y dificultar el desarrollo de la independencia. A medida que los niños crecen, especialmente a los 5 o 6 años, empiezan a desarrollar un sentido de pudor y la necesidad de establecer límites personales. Cerdán aconseja que, a medida que los niños se vuelven más conscientes de su cuerpo y la intimidad, se les debe enseñar a asearse por sí mismos.
En resumen, bañarse con los hijos puede ser adecuado en los primeros años para fortalecer la relación, pero es importante considerar el desarrollo de la privacidad y la independencia a medida que los niños crecen. La clave está en respetar sus necesidades emocionales y el sentido de autonomía que adquieren con el tiempo.
