Por Dayana Mendizabal
En el corazón de la historia y la cultura de México yace el Xoloitzcuintli, también conocido como Xolo, una raza canina con raíces profundas que se remontan a las antiguas civilizaciones precolombinas, como los aztecas y mayas. Este can, sin pelo y de nombre intrigante, ha sido más que un simple compañero a lo largo de los siglos; ha sido considerado un tesoro cultural viviente.
El nombre “Xoloitzcuintli” proviene del náhuatl, fusionando “Xolotl”, el dios azteca del rayo y la muerte, con “itzcuintli”, que significa perro en la misma lengua. Estos perros, apreciados por sus propiedades únicas y su adaptabilidad al cálido clima, no solo fueron leales compañeros, sino también guardianes fundamentales en la sociedad mesoamericana.
Los Xolos desempeñaban roles vitales, desde guardianes de hogares hasta participantes en prácticas rituales y medicinales. Se creía que tenían propiedades curativas para diversas enfermedades, lo que los convertía en seres especiales y respetados. Hoy en día, esta raza sigue siendo esencial en el patrimonio cultural de México, cautivando a personas de todo el mundo con su apariencia única y su personalidad amorosa y leal.
Disponibles en tres tamaños – estándar, miniatura y toy – los Xoloitzcuintlis continúan siendo una conexión tangible con las raíces culturales de México. Criadores como Javier Rosas destacan la importancia de preservar y celebrar esta rica historia viva. “El Xoloitzcuintli es un tesoro que representa nuestra conexión con el pasado y su adaptabilidad moderna lo convierte en una joya que merece ser apreciada”.
En un mundo donde las tradiciones culturales a menudo enfrentan amenazas por la globalización, el Xoloitzcuintli persiste como un símbolo de la riqueza cultural de México y un recordatorio de cómo las antiguas tradiciones pueden enriquecer nuestro presente. Más que un perro, el Xolo es un testigo vivo de la historia que sigue dejando huella en el corazón de aquellos que lo acogen.