Por Dayana Mendizabal
Las tarántulas, conocidas por su tamaño imponente y apariencia temible, han sido objeto de interés a lo largo de la historia. El término “tarántula” inicialmente se asociaba con la araña Lycosa tarantula, abundante en la región mediterránea de Apulia, Italia, especialmente en la ciudad de Tarento. Su popularidad se atribuía al supuesto efecto mortal de su mordedura, aunque en realidad no era tan grave como otras arañas más pequeñas presentes en la región.
La conexión entre las tarántulas y la danza conocida como tarantela se estableció a través del “tarantismo”, una creencia de que una agitación constante inducida por la picadura de la tarántula era la forma apropiada de contrarrestar sus efectos. Se rumorea que Pirro, rey del Epiro, importó estas arañas como una forma de guerra biológica durante sus conflictos con los romanos en la antigüedad.
En la literatura inglesa, el término “tarántula” se refiere específicamente a las arañas pertenecientes a las familias americanas Theraphosidae y Dipluridae, mientras que las arañas más grandes de la familia licósidos son llamadas “wolf spiders” o arañas lobo.
En la actualidad, muchas especies de tarántulas, especialmente las pertenecientes a los géneros Grammostola y Brachypelma, se comercializan como mascotas exóticas. Estas arañas pueden defenderse lanzando pelos urticantes, lo que puede causar molestias en la piel, inflamaciones de mucosas si se inhalan e incluso daños graves en los ojos desprotegidos.
La alimentación de las tarántulas varía desde insectos y saltamontes hasta roedores. Su dieta rica en proteínas contribuye al exitoso cambio de piel, un proceso delicado que ocurre aproximadamente dos veces al año. A pesar de su reputación temible, las tarántulas son fascinantes criaturas con un papel importante en la ecología y, para algunos, se han convertido en compañeros exóticos en el mundo de las mascotas.
