Ser papá o mamá de un niño melindroso para comer puede convertirse en todo un desafío. Cuando escuchamos a otros padres hablar de sus “comedores quisquillosos,” no nos imaginamos cuán lejos puede llegar la selectividad. Mi hijo, por ejemplo, ha sido increíblemente meticuloso desde que era pequeño: si la pizza tiene demasiada salsa o está cortada “incorrectamente”, ¡olvídate! Este nivel de exigencia nos puede desesperar como padres, pero es importante recordar que muchos niños son así y que es parte de su desarrollo.
Los expertos en nutrición infantil explican que los niños pueden tener hasta 10,000 papilas gustativas, el doble de las que tienen los adultos, por lo que experimentan sabores y texturas de forma muy intensa. No es raro que rechacen alimentos amargos, picantes o con texturas que les resultan “extrañas.” Aunque esto puede generar fricción en la familia, saber qué esperar y cómo actuar nos puede dar herramientas para manejar estos momentos con calma.
Uno de los consejos más útiles que he aprendido es ofrecerles porciones pequeñas y sin presiones. Los niños tienden a experimentar a su propio ritmo, así que dale espacio y, si no le gusta el plato, no te preocupes, ¡no significa el fin del mundo! También he descubierto que, en lugar de hacer comidas diferentes para todos, es mejor establecer una estructura clara en la alimentación familiar: les damos a los niños la libertad de elegir dentro de los límites saludables que ya establecimos. La paciencia es clave, y recordar que su paladar evolucionará con el tiempo puede reducir el estrés de los padres.
Al final del día, no se trata de tener “comedores perfectos,” sino de aprender a sobrellevar estas etapas de la infancia con empatía y humor. Así, lograremos disfrutar las comidas familiares y apoyar el desarrollo saludable de nuestros hijos.