En una entrevista reciente con los médicos veterinarios Raúl Ocadiz y Rodrigo Suárez Groilt, se abordó el tema de la convivencia entre niños y gatos, un vínculo cada vez más común en los hogares mexicanos y que requiere atención especial para garantizar el bienestar de todos los involucrados. De acuerdo con cifras de la Organización Mundial de la Salud, actualmente existen alrededor de 600 millones de gatos en el mundo, de los cuales aproximadamente 220 millones viven como mascotas, mientras que los restantes se encuentran en situación de calle o en estado silvestre. En comparación, la población mundial de perros asciende a 700 millones, y se estima que tres cuartas partes de ellos no tienen hogar.

En México, alrededor del 70 % de las familias conviven con al menos un animal de compañía. Se calcula que hay aproximadamente 44 millones de perros y 16 millones de gatos, y que casi 80 millones de mascotas viven en los hogares del país. Aunque esta cifra refleja una cultura creciente de amor por los animales, también posiciona a México como el tercer país de América Latina con mayor índice de maltrato animal y el primero en cuanto a población de perros y gatos callejeros.
Los especialistas advierten que muchas veces los animales llegan a casa por impulso, influencia de medios o sin un análisis previo de las responsabilidades que implica su cuidado. Esta falta de previsión puede poner en riesgo al animal, ya que tenerlo en casa no garantiza que se le brinden las condiciones adecuadas para su desarrollo físico y emocional. La tenencia responsable no se limita a evitar el maltrato físico, también implica crear un entorno seguro mediante medicina preventiva, espacios de confort, alimentación adecuada, esterilización, actividad física y mental, así como un compromiso social. Por ejemplo, permitir que un gato sin esterilizar deambule libremente puede contribuir al problema de la sobrepoblación felina, lo que representa un riesgo de salud pública.

Respecto a la convivencia entre niños y gatos, los expertos enfatizan la necesidad de entender el desarrollo infantil. Durante los primeros años, los niños tienen una motricidad gruesa que puede resultar torpe e imprecisa, lo que en presencia de un gato puede interpretarse como una amenaza. Aunque el felino haya sido bien socializado, si un niño le jala los bigotes, le muerde una oreja o le cae encima, es muy probable que el animal reaccione en defensa propia.
Para evitar conflictos, es importante educar al niño sobre cómo interactuar con respeto y cuidado hacia el animal, enseñándole a reconocer sus señales y límites. Una relación sana entre niños y gatos se construye con supervisión, educación y empatía, elementos clave para una convivencia armoniosa en el hogar.
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