
Con el lanzamiento de ChatGPT-4.5, OpenAI ha dado un paso más hacia la sofisticación tecnológica, destacando un “coeficiente emocional” más desarrollado. Este avance busca responder a la creciente demanda de soluciones no solo prácticas, sino también afectivas, en un mundo donde la inteligencia artificial (IA) se infiltra cada vez más en nuestra cotidianidad. Pero, ¿a qué costo?
Diversas investigaciones coinciden en que la IA ha transformado la manera en que resolvemos tareas, aumentando nuestra eficiencia y homogeneizando ciertos procesos, como la escritura. Sin embargo, esta dependencia plantea interrogantes sobre cómo afecta nuestras relaciones y habilidades humanas. “La interacción cara a cara se está volviendo innecesaria, y la deshumanización social es una consecuencia tangible”, advierte Michael Cheng-Tek Tai, investigador de la Universidad Médica Chung Shang, quien estudia el impacto ético de la IA en la sociedad.
Por su parte, el profesor Jeffrey Hancock de Stanford evidencia cómo esta tecnología altera nuestras impresiones interpersonales. Durante un ejercicio con sus estudiantes, ChatGPT proporcionó descripciones de personalidad precisas para cada uno, algo que, si bien puede ser útil para quienes enfrentan ansiedad comunicativa, también diluye los valores personales al delegar la autenticidad a una máquina.
El debate no se limita a las relaciones humanas. Según Jaeyeon Chung, profesora de la Universidad Rice, solo un pequeño porcentaje de personas valora la IA para tareas creativas, defendiendo que hay un “territorio emocional y espiritual” exclusivo de los seres humanos. Aun así, Chung resalta el potencial de la IA como herramienta de eficiencia, ayudando a simplificar procesos complejos y mejorar la productividad.
Pero no todo son beneficios. La creciente dependencia de estas tecnologías puede llevar al fenómeno conocido como cognitive offloading: priorizar la rapidez sobre el esfuerzo mental, lo que podría debilitar habilidades críticas como el pensamiento creativo y la resolución de problemas.
La IA sigue revolucionando nuestras vidas, enfrentándonos a un dilema crucial: ¿es posible equilibrar los avances tecnológicos con la preservación de nuestra humanidad? Quizás, la clave radique en encontrar un uso consciente y ético de estas herramientas, sin perder de vista lo que nos hace esencialmente humanos.