Por Dayana Mendizabal
Nota sobre el Lobo Mexicano:
El lobo mexicano, científicamente conocido como Canis lupus baileyi, destaca como la subespecie más pequeña entre las 30 que habitan en Norteamérica. Este mamífero carnívoro, catalogado como amenazado en la Lista Roja de la UICN, ha experimentado una dramática disminución de su hábitat original que se extendía desde zonas desérticas y semiáridas hasta bosques en México, Texas y Arizona.
De hábitos nocturnos, el lobo mexicano se alimenta principalmente de venados, borregos, antílopes, liebres y roedores. Durante la época de reproducción, después de un periodo de gestación de aproximadamente 65 días, los lobeznos nacen ciegos y sordos, permaneciendo en la madriguera durante las primeras semanas. La madre proporciona cuidado y amamantamiento, mientras el macho vela por su seguridad a poca distancia. En su desarrollo, los cachorros comienzan a ingerir alimento regurgitado por los padres.
Sin embargo, la disminución de sus presas naturales llevó a los lobos mexicanos a atacar al ganado, desencadenando respuestas desmedidas de caza por parte de ganaderos y autoridades. Esta presión humana llevó a la subespecie al borde de la extinción, casi desapareciendo en estado salvaje hacia 1950.
A partir de la década de 1970, se implementaron esfuerzos de recuperación en Estados Unidos y México, incluyendo programas de reproducción en cautiverio. A finales de 2012, se estimaba que 75 lobos habitaban en zonas de recuperación, y en 2014, se celebró un hito significativo con el primer nacimiento de un lobo en entorno salvaje tras su reintroducción. Estos esfuerzos reflejan un compromiso continuo con la conservación de esta emblemática subespecie y la restauración de su papel vital en los ecosistemas locales.
