Por: Josafat Tapia Castillo

Un emperador chino deseaba un cuadro de su ave preferida. Fue a ver al pintor más famoso del país, un genio en omitir lo que es innecesario. Le encargo un dibujo de esta ave y le preguntó:
“¿ Cuánto tiempo necesitas para el encargo?”
El pintor contestó: “Dos años”. El emperador no lo podía creer y exigió que terminara el dibujo en un mes. Pero el pintor insistió en dos años y el emperador cedió.
Sin embargo, después de un año, el emperador envió a un mensajero para preguntar, si el cuadro estaba listo. El pintor dijo que todavía no estaba.
Después de seis meses el emperador mismo visitó al artista y le dijo: “Después de 18 meses seguramente puedes enseñarme algo de lo que has dibujado.” Pero el pintor contestó: “tenemos un contrato de dos años. No me apresures.”
El emperador tuvo que reconocer, que tenían un contrato de dos años y entonces se fue.
Un mes antes de la fecha acordada, el emperador volvió, lleno de impaciencia y dijo: “Ahora tiene que estar casi acabada la obra.” Pero el pintor le dijo que lo sentía mucho y el emperador tuvo que salir otra vez.
Finalmente volvió un día antes de la fecha fijada y rogó que le enseñara la pintura. Pero sin compasión dijo el artista “Es demasiado temprano. Por favor, vuelve mañana emperador mío”
A la madrugada del día siguiente enfadado el emperador se encontró ante la puerta del artista reclamando ver el dibujo.
El artista lo dejó entrar y cuando estuvieron sentados tomó una hoja blanca y un lápiz. En menos de dos minutos dibujó un ave maravillosa en el papel.
El emperador estuvo encantado y enfadado al mismo tiempo y se sublevó:
“¿ Por qué me has tenido en suspenso tanto tiempo?”
El artista no dijo nada, pero abrió un armario del cual cayeron dos mil hojas con bocetos al suelo.