El impacto devastador de la agresión verbal en la crianza

Los expertos advierten que este comportamiento causa daños emocionales duraderos

¿Cuál es el verdadero costo de esos gritos? La revista Fortune advierte que esta práctica, aunque común, puede tener efectos perjudiciales en el desarrollo infantil. La psicóloga clínica y autora del libro Peaceful Parent, Happy Kids, Laura Markham, es clara al respecto: gritar no debería ser una herramienta de crianza. “Es normal sentir culpa después de un estallido, pero castigarse no resuelve el problema. Lo importante es romper el ciclo de la autocrítica”, afirma.

Los efectos de la violencia verbal pueden ser devastadores, incluso sin agresión física. La psicóloga infantil Barbara Greenberg advierte que, según estudios, gritar a los niños puede ser más perjudicial que el castigo físico. Una investigación de la Universidad de Pittsburgh señala que los menores expuestos a la agresión verbal materna tienden a desarrollar problemas sociales y baja autoestima.

Esto no solo afecta su bienestar emocional en la infancia, sino que puede dejar huellas que persisten hasta la adultez. “Los niños internalizan estos gritos y los convierten en narrativas negativas que los acompañan toda la vida”, explica Greenberg.

El vínculo entre los gritos y la salud mental

Los especialistas coinciden en que los gritos frecuentes pueden contribuir al desarrollo de ansiedad y depresión, sobre todo en la adolescencia. Aunque pueden parecer una solución rápida para controlar la conducta infantil, a largo plazo generan miedo y dificultan el desarrollo de habilidades emocionales y de resolución de problemas.

Markham enfatiza que, aunque los niños pueden obedecer momentáneamente, gritar no favorece el desarrollo del córtex prefrontal, la parte del cerebro encargada del autocontrol y la toma de decisiones. “El niño puede hacer caso en el momento, pero no aprende a manejar sus emociones ni a pensar de manera crítica”, señala la experta. Además, los gritos pueden debilitar la relación entre padres e hijos. “Cuando un niño percibe a su padre como una fuente de miedo en lugar de un refugio seguro, se inhibe la confianza y la comunicación”, añade.

El primer paso para cambiar esta dinámica es la autoconciencia. Muchos padres no se dan cuenta de que gritan hasta que ven la expresión de angustia en sus hijos. Markham sugiere detenerse en ese momento y tomar un respiro antes de reaccionar. “No es necesario disculparse de inmediato, pero sí hacer una pausa para regular las emociones”, explica.

Greenberg recomienda a los padres alejarse unos minutos si es necesario, ya que esto reduce la intensidad emocional en ambas partes. “Dar espacio permite que tanto el adulto como el niño recuperen la calma y previene que la situación se intensifique”, sostiene.

Una vez pasado el momento crítico, es clave restablecer el vínculo con el niño. Más allá de una simple disculpa, Markham aconseja una reparación emocional, es decir, hablar con el niño para reconocer el error y reafirmar que la crianza debe basarse en el respeto y la empatía. “Lo importante es que el niño entienda que se espera algo diferente, sin que el miedo sea el motor de su comportamiento”, explica.

Los beneficios de una crianza sin gritos

Evitar gritar no solo mejora la relación con los hijos, sino que tiene efectos positivos a largo plazo. Investigaciones de la Universidad de Harvard indican que los niños criados en un ambiente libre de gritos desarrollan una autoestima más sólida, una mejor comunicación familiar y una mayor capacidad para gestionar sus emociones.

Además, los niños que no son expuestos a agresión verbal pueden aprender de sus errores sin miedo, desarrollando resiliencia y estrategias de afrontamiento más saludables. Markham destaca que la clave de una disciplina efectiva es restaurar la conexión emocional antes de corregir una conducta. “Cuando los niños se sienten seguros, aprenden mejor. El miedo solo bloquea ese proceso”, concluye.

Criar sin gritar no solo es posible, sino necesario para el bienestar emocional y el desarrollo de los niños. Con conciencia y estrategias adecuadas, los padres pueden crear un ambiente basado en el amor, el respeto y la seguridad. La clave está en hacer pausas, reparar los momentos difíciles y educar con el ejemplo.

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