En el inicio, todo parece amor intenso, conexión total, necesidad mutua. Pero con el tiempo, esa «fusión romántica» puede transformarse en una cárcel emocional. La dependencia emocional es una de las formas más sutiles de perderse en una relación. Quien la sufre, siente que su mundo se desmorona si la otra persona no está. Se vuelve casi imposible tomar decisiones sin el aval del otro, y el miedo a ser abandonado se convierte en el motor del vínculo.
Lo más peligroso de la dependencia emocional es que muchas veces se disfraza de amor: “no puedo vivir sin ti”, “eres todo lo que tengo”, frases que parecen románticas, pero que encierran una profunda pérdida de individualidad.

Expertos en psicología afirman que esta forma de apego suele nacer de carencias afectivas no resueltas, baja autoestima y experiencias previas de abandono. La persona dependiente busca en su pareja aquello que siente que no tiene: validación, seguridad, sentido.
Reconocer este patrón es el primer paso. El amor sano no anula al otro, no exige dejar de ser uno mismo para pertenecer. Amar de verdad es poder estar con alguien por elección, no por necesidad. Es construir desde la libertad, no desde el miedo.
“Amar desde la carencia solo perpetúa la herida. Amar desde la plenitud, sana.” — Anónimo.