Por: Daniela Diaz
Tal como lo vimos en el programa “Rostros desnudos” con nuestra amiga Rosalinda García, el perdón es un acto de liberación y sanación que trasciende las heridas del pasado. Cuando perdonamos, no solo liberamos a la otra persona de la culpa, sino que también liberamos nuestra propia alma del peso del resentimiento y la amargura. Es un regalo que nos damos a nosotros mismos, una oportunidad para dejar atrás el dolor y avanzar hacia la paz interior.
Perdonar no implica olvidar lo que sucedió o justificar las acciones que nos lastimaron. Más bien, es un proceso consciente de aceptación y comprensión, donde reconocemos el daño recibido pero elegimos no aferrarnos a él. Es un acto de empatía hacia nosotros mismos y hacia los demás, reconociendo nuestra humanidad compartida y nuestra capacidad para cometer errores.
El perdón no siempre es fácil. A veces, requiere tiempo y trabajo interior para llegar a él. Sin embargo, el resultado vale la pena: nos libera del ciclo de resentimiento y nos permite construir relaciones más saludables y significativas. Nos empodera para mirar hacia adelante con esperanza en lugar de quedarnos estancados en el pasado.
Además, el perdón no solo beneficia a quien lo recibe, sino también a quien lo otorga. Nos ayuda a crecer emocionalmente, fortalece nuestra capacidad de compasión y nos enseña lecciones valiosas sobre la vida y las relaciones humanas.
En última instancia, el perdón es un acto de amor propio y de generosidad hacia los demás. Nos permite vivir con mayor paz interior y nos conecta más profundamente con nuestra propia humanidad. En un mundo donde todos cometemos errores, el perdón nos recuerda que somos capaces de trascender el dolor y encontrar la curación a través del poder transformador del amor y la comprensión.