
Por Frida Rebollar.
A lo largo de la historia, la cocina doméstica ha sido vista como un símbolo de opresión femenina, una tarea relegada a las mujeres como parte de un rol de género impuesto por la sociedad. Sin embargo, este enfoque ha simplificado en exceso la realidad. La cocina no es opresión en sí misma, sino que ha sido instrumentalizada con ese fin.
La escritora Virginia Woolf planteaba la necesidad de un “cuarto propio” para la autonomía de las mujeres, y en este contexto, saber cocinar se convierte en una herramienta de independencia y empoderamiento. La idea de que la emancipación femenina pasa por abandonar la cocina es una metonimia errónea: el problema no es la cocina, sino la imposición de género en su práctica.
El feminismo ha luchado contra el peso histórico de la mujer como asistenta del hogar, pero en ese camino, ha dejado de lado la cocina como una habilidad esencial para la autonomía personal. Saber preparar alimentos es una competencia básica para cualquier adulto, no una condena de género.