Martín Caparrós describe en El hambre cómo tirar a la basura encarna un acto de poder, un lujo que permite a algunos deshacerse de lo que otros necesitan. Esa acción denota una posición de superioridad: el privilegio de poseer lo suficiente para desdeñar lo innecesario.
En el contexto reciente, este símbolo resuena en el comentario de Tony Hinchcliffe, quien llamó “basura” a Puerto Rico en un evento republicano de Donald Trump. Este insulto refuerza un discurso que, desde hace años, coloca a los puertorriqueños como ciudadanos de segunda clase. La deshumanización, amparada en un tono de comedia ofensiva, remarca las divisiones que aún persisten y revelan un prejuicio racial y clasista.
A pesar de la ofensa, figuras de la cultura popular como Bad Bunny han respondido apoyando candidaturas políticas que buscan cambiar esta narrativa, alzando voces de resistencia en redes y recordando la historia y dignidad de su pueblo. En un mundo donde el descarte no solo se aplica a objetos, sino también a personas, la respuesta puertorriqueña invita a reflexionar sobre el verdadero valor de lo que se llama “basura” y la dignidad que resiste cualquier intento de desprecio.