Heridas de la infancia: cómo identificarlas y curarlas para mejorar tu bienestar emocional

Por Sofia Swindall

Las heridas de la infancia son experiencias emocionales dolorosas que dejan una profunda huella en la personalidad y el comportamiento durante la adultez. Estas heridas pueden generarse en momentos vulnerables de la niñez, especialmente en la relación con figuras de apego, como padres o cuidadores. Identificar estas heridas es el primer paso para sanarlas y evitar que afecten nuestras relaciones y bienestar emocional a lo largo de la vida.

A continuación, te presentamos las 5 principales heridas de la infancia para que puedas reconocerlas, comprender su origen y empezar a curarlas.

La herida de injusticia surge cuando, de pequeños, vivimos situaciones en las que percibimos que nuestros esfuerzos o necesidades no son valorados. Este tipo de herida suele aparecer en hogares donde se imponen expectativas muy altas o se ejerce una autoridad rígida y excesiva, lo que lleva al niño a sentirse constantemente juzgado o no lo suficientemente bueno. A largo plazo, quienes cargan con esta herida suelen experimentar una sensación de incapacidad crónica para pedir ayuda o confiar en que los demás reconozcan sus méritos.

Las personas con esta herida suelen volverse muy autocríticas y rígidas consigo mismas, con una constante necesidad de aprobación externa. Identificar esta herida es clave para empezar a romper con el ciclo de autoexigencia y comenzar a aceptar la imperfección como parte natural del ser humano.

La herida de abandono se desarrolla cuando nuestras figuras principales de cuidado, quienes debían brindarnos cariño y apoyo, no estuvieron presentes o incluso nos hicieron daño. Esta falta de afecto genera una necesidad desesperada de atención en la adultez, con una tendencia a formar vínculos dependientes.

Esta herida surge cuando se recibe humillación, burlas o críticas constantes por parte de quienes debían protegernos. Este maltrato verbal o emocional puede llevar a una baja autoestima, haciendo que la persona internalice lo negativo que se dijo de ella, dificultando que reconozca sus aspectos positivos.

Si en la infancia no te sentiste aceptada o integrada en alguno de tus entornos, como la familia o la escuela, es probable que hayas desarrollado una herida de rechazo. Esta herida puede llevar a una dependencia de la validación externa y una constante sensación de no ser suficiente.

Cuando durante la infancia nos sentimos traicionados o engañados, esta experiencia puede afectar profundamente nuestra capacidad de confiar en los demás. En la adultez, esta herida puede manifestarse en una actitud defensiva y un miedo constante a ser traicionados nuevamente, lo que dificulta las relaciones cercanas.

Sanar las heridas de la infancia es un proceso largo, complejo y, en ocasiones, doloroso. Requiere un esfuerzo constante que toca puntos muy profundos y vulnerables de nuestra historia personal. Es recomendable recorrer este camino con la ayuda de un profesional. La terapia ofrece un espacio seguro para conectar con nuestras emociones, validarlas y reprocesar esas experiencias difíciles del pasado.

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