Cómo se forman los huracanes y por qué son tan frecuentes en EE.UU., México y el Caribe

Por Sofia Swindall

Los huracanes, conocidos por ser las tormentas más poderosas del planeta, golpean cada año las costas de Estados Unidos, México y el Caribe entre junio y noviembre, dejando a su paso destrucción y fuertes lluvias. Estas tormentas, que alcanzan velocidades devastadoras, son un tipo de ciclón tropical que requiere condiciones muy específicas para su formación. Pero ¿qué hace a esta zona del mundo tan vulnerable a los huracanes?

El origen de los huracanes se encuentra generalmente en una perturbación atmosférica conocida como onda tropical. Esta onda suele surgir en el este de África y se desplaza hacia el Atlántico, encontrando las condiciones propicias para intensificarse. Para que una onda tropical se convierta en un huracán, necesita energía, que proviene del calor de las aguas oceánicas. La temperatura del agua debe superar los 27ºC, creando una densa capa de agua cálida. Además, es fundamental que los vientos que soplan desde la superficie hacia arriba mantengan una velocidad constante, sin interrupciones.

Cuando el aire cálido y húmedo sube, se enfría y provoca la formación de nubes. Esta condensación libera aún más calor, lo que alimenta la tormenta. El aire que se acumula en la baja presión del centro del huracán comienza a girar en sentido contrario a las agujas del reloj, gracias al efecto Coriolis causado por la rotación de la Tierra.

La frecuencia de huracanes en el Caribe, México y Estados Unidos se debe en gran parte a la temperatura adecuada del océano Atlántico en las latitudes tropicales y al patrón de corrientes de viento globales, como los vientos alisios. Estos vientos soplan de este a oeste, llevando las tormentas hacia el Caribe y el Golfo de México. Además, el anticiclón de las Bermudas-Azores puede influir en la trayectoria de los huracanes, redirigiéndolos hacia las costas del Golfo o la costa este de Estados Unidos.

Los huracanes se clasifican según su intensidad en la escala de Saffir-Simpson, que mide la velocidad de sus vientos. Sin embargo, no son los vientos los que provocan la mayor parte de la destrucción, sino las inundaciones y las marejadas. Según la Sociedad Americana de Meteorología, casi la mitad de las muertes por huracanes en el Atlántico entre 1963 y 2012 fueron causadas por las marejadas ciclónicas.

A diferencia del Atlántico Norte, el Atlántico Sur rara vez experimenta huracanes debido a la falta de ondas tropicales y a las variaciones en los vientos. Estos factores impiden que las tormentas logren la fuerza necesaria para convertirse en huracanes.

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