Por Dayana Mendizabal
Maní, una tierra impregnada de historia y misticismo, lleva consigo el legado de los antiguos mayas y el encuentro con los conquistadores españoles. Su nombre, que significa “Lugar donde todo pasó”, refleja la riqueza cultural y ancestral de esta región en la península de Yucatán.
Desde tiempos antiguos, Maní ha sido testigo de la presencia humana, como lo demuestran las evidencias arqueológicas encontradas en sitios como el cenote Xcabachen y los conjuntos arquitectónicos en Tipikal. Estos vestigios revelan la ocupación de la zona desde el período preclásico medio, hace miles de años.
Durante la llegada de los españoles a Yucatán, Maní destacó como una de las grandes capitales prehispánicas, junto con Campeche y Sací. La alianza entre los Xiues y los conquistadores marcó el destino de la región, mientras que los cocomes resistieron hasta 1547. Fue entonces cuando siete frailes franciscanos llegaron a evangelizar Maní, fundando un convento que se convirtió en uno de los más importantes de la península.
Entre sus características más destacadas se encuentra el convento de San Miguel Arcángel, construido entre los siglos XVI y XVII con piedras de las antiguas construcciones mayas. Este impresionante conjunto conventual alberga pinturas murales del siglo XVI y retablos polícromos del XVII, ejemplares del arte colonial mexicano.
Además de su patrimonio edificado, Maní ofrece atractivos naturales como el cenote Xcabachen y una rica tradición artesanal, incluyendo el arte textil conocido como X’manikté y la práctica ancestral de la apicultura melipona.
